Limpiar el patrimonio, una operación en apariencia elemental, se acaba convirtiendo en un acto cívico por dejación de aquellos que tienen una responsabilidad en su protección, ya sean los propietarios o la administración.

Se trata de una sencilla actuación que permite poner en valor edificaciones en muchos casos olvidadas, catalogadas hace muchos años, que pueden aparecer en paneles turísticos pero, ¡ay del turista que se acerque! La basura se acumula, la vegetación se apropia impidiendo la apreciación de su morfología, su volumetría y todos aquellos aspectos que hacen obligada su protección, que se queda solo en los papeles, situación que es especialmente relevante  en el medio rural, en el que la  ausencia de medios técnicos y económicos es importante, pero también lo es el desinterés de los escasos vecinos, siempre lo han visto en esas condiciones cuando no han ido utilizando las piedras para completar un muro o adornar sus fachadas. Sin olvidar a los depredadores entendidos que ven un claro negocio en unas piedras bien labradas. Por otra parte queda la administración que debe supervisar y controlar estos bienes y dedicar medios y conocimientos a su mantenimiento, más allá de disponer de una ficha más o menos bien documentada y sancionar cuando se produce una denuncia.

Esta es la noticia: la limpieza de un pequeño monasterio rural, incrustado en una aldea, rodeado de viviendas de escaso interés y cultivos abandonados, a lo que se une una accesibilidad precaria y una  señalización mínima.

Fotos cedidas.

Pero es básicamente la noticia de una labor de voluntariado, de gente que está dispuesta a dedicar su tiempo libre para trabajar, muchas veces se trata de un esfuerzo agotador, a favor de la recuperación de un patrimonio para evitar su pérdida, pero también para aproximarlo a todos para su disfrute y sentar las bases de su recuperación a través de una llamada de atención.

El monasterio en cuestión es Santo Paio en Albeos (Crecente), una edificación románica del siglo X, aproximadamente del año 929, abandonado por las monjas benedictinas que lo ocupaban en el siglo XV-XVI, fue desamortizado posteriormente, actualmente está en manos privadas y en extremo abandono.

Aparece la belleza severa del románico, tan expresiva como potente desde sus paños lisos de cantería a los pilares robustos, muy esbeltos, la expresividad del tímpano, el Pantocrátor en una cara y un trenzado preciosista, bien labrado y conservado en la otra, tal como leemos hoy el edificio aparecen en posición invertida, la entrada es la salida. Es difícil de entender la morfología del edificio en los escasos elementos que restan, se conservan un número reducido de estancias y una escalera y huecos que sugieren una segunda planta.

Con unas escasas instrucciones de la administración de patrimonio, ausente y unas cuantas prohibiciones se inicia la limpieza como una manifestación cívica de entusiasmo, pronto convertida en una representación numerosa de amantes del románico liderados por O Sorriso de Daniel, organización que impulsa la convocatoria, obtiene permisos y organiza el trabajo.

Se fue actuando por fases, primero se retiró toda la basura, ruedas, electrodomésticos, plásticos, deshechos de materiales de construcción y hasta sesenta cabezas de vacas, un carnicero lo utilizó como vertedero, para seguir después con la vegetación hasta ir descubriendo los distintos muros, dejando las ramas incrustadas al objeto de no entorpecer  la posterior consolidación en la restauración. Por último se retiraron los restos vegetales mezclados con tierra para ir descubriendo las distintas estancias hasta la cota que permite conocer su verdadera dimensión y relación entre las mismas, así como liberar los paramentos exteriores.

El resultado es el descubrimiento de un edificio con valores reconocibles en elementos decorativos y escultóricos de interés con el descubrimiento de relieves en las piedras que plantean incógnitas o dan datos para su estudio. En definitiva, se ha puesto en evidencia para su apreciación y estudio por los expertos, se pueden levantar planos fiables para una consolidación-restauración y lo que es más importante visibilizar el pasado y la historia del lugar devolviéndolo a los vecinos como elemento de identidad.

Fotos cedidas.

 Por otra parte, permite compartirlo con los posibles visitantes como un valor de atracción más, de modo que comprendan la importancia de un territorio y se les muestren no sólo valores arquitectónico-estéticos sino también que también entiendan como éste ha ido evolucionando. Piezas, aún pequeñas como este edificio, tienen una trascendencia territorial más amplia, explican como un asentamiento ha surgido y permanecido en el tiempo bajo su función rectora, nos hablan de su importancia económica, de los cultivos que se producen, de formas de cierres, de su relación con los caminos y sus vinculaciones. Es decir, son piezas para recomponer la estructura del lugar y de territorios más amplios de los que se sitúan.

Actuaciones así tienen no solo el valor de mostrar el patrimonio, sino que también tienen un carácter demostrativo de cómo los ciudadanos pueden trabajar organizados bajo un objetivo común, y de contaminación positiva, muchos otros se animarán. A través de pequeñas iniciativas derivadas de una sensibilidad especial, en este caso hacia el románico el patrimonio renace.

Fotos cedidas.